El corazón de tramórea by Javier Negrete

El corazón de tramórea by Javier Negrete

autor:Javier Negrete [Negrete, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2011-05-15T22:00:00+00:00


MAR DE KÉRAUNOS

Yo creo que esas montañas son incluso más altas que las de Atagaira —dijo Kybes.

—¿Cómo puedes saberlo si las de mi país sólo las has visto por debajo? —preguntó Baoyim—. No hay cimas más altas en Tramórea que las de Atagaira.

A babor de la Lucerna se divisaba una costa de montañas recortadas. Sobre los picos más cercanos se alzaban otros, y por encima de éstos una tercera fila de cumbres y luego otra más, cada una más elevada que la anterior, hasta que el blanco de la nieve se confundía difuminado con el azul del cielo.

—Según Linar, las montañas de Halpiam son más altas —informó Kratos, reuniéndose con ellos en la amura del castillo de proa.

—¿Y eso cómo lo sabe? —preguntó Baoyim.

—Porque ha estado en ambas cordilleras.

—¿Y qué? ¿Acaso tiene una plomada mágica para calcular alturas?

—¿La tienes tú, Baoyim? —preguntó Kybes.

—No digas bobadas —respondió la Atagaira.

—Empiezo a pensar que no sólo los hombres nos obsesionamos con el tamaño. ¿Creéis que por tener las montañas más altas del mundo sois mejores?

—¿Sabes que te digo yo? Que aunque te gusten los hombres, eres tan tonto como cualquiera de ellos.

Sin añadir más, Baoyim cruzó la cubierta dando zancadas. Los tacones de madera de sus botas resonaron como martillazos sobre la tablazón. Cuando llegó a la amura de estribor, se acodó junto a Darkos, que contemplaba el panorama desde allí.

Kybes y Kratos se miraron.

—Qué mal genio se gastan las Atagairas —dijo Kratos.

—¿Vamos con ella para hacerla rabiar un poco más? —preguntó Kybes—. Es de las pocas cosas divertidas que se pueden hacer en este barco.

Kratos se encogió de hombros. Ambos se dirigieron al otro lado del barco. A estribor empezaba a vislumbrarse el perfil de un litoral que poco a poco se iba definiendo. Playas de color claro alternaban con acantilados de un gris negruzco. Sobre ellos flotaban nubes bajas y espesas brumas blancas que le daban a aquella costa un aire misterioso y vagamente amenazador.

—Las Tierras Antiguas —les informó el capitán Mihastular—. Allí sólo hay pueblos bárbaros que en vez de vivir en ciudades se organizan en tribus y clanes. Pero son lo bastante refinados como para que les gusten la cerámica, el vino, la orfebrería y la ropa que les llevamos. A cambio nos venden marfil de tetradonte, pieles de pantera, pájaros que hablan y piedras preciosas.

Kratos observó divertido que Mihastular enumeraba los géneros con los que mercadeaba a toda velocidad; cuando hablaba de cuestiones comerciales se embalaba con sus retahílas como un charlatán de feria.

Empezaba a caer la tarde, pero todavía quedaban unas dos horas de sol. Con suerte, atracarían antes de anochecer. Kratos se preguntó si sería capaz de acostumbrarse a pisar de nuevo un suelo que no oscilase y crujiese bajo sus pies.

Frente a ellos, la costa montañosa que tenían a babor se prolongaba en un promontorio que se extendía hacia el sur y casi cerraba el estrecho. Kratos lo examinó con el catalejo del ojeador. Bran se había quedado en Nikastu, con una pierna rota por



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